Elogio a un bastón
Un ferrolano transforma un bar en un museo con unas 500 varas talladas a mano
LORENA BUSTABAD - Ferrol - 27/07/2011
A Antonio le gustan tanto los bastones que se fabricó un museo a su medida para exhibir las piezas que ha ido tallando y autocoleccionado a lo largo de toda su vida. Tiene unas 500 varas "100% artesanales" que reparte entre su casa, el taller y su particular exposición en la casa de El Clavel de Canido, en la parte alta de Ferrol.
Es, probablemente, uno de los pocos museos del bastón de España donde se amontonan unas piezas únicas que han salido de las delicadas manos de Antonio a partir de trozos de madera de caoba, teka, palo rojo, cedro o bambú. La fama de sus primorosos bastones llegó a oídos del escritor Antonio Gala, entusiasta declarado de esta herramienta que apoya al paso, y que guarda "cinco o seis buenas piezas" que le regaló en persona el artesano ferrolano.
A sus 77 años, Antonio Hermida García (Valdoviño, 1933) mantiene el museo con sus ahorros, sin cobrar entrada y sin ayudas públicas. Abre las puertas a discreción, sin horarios fijos, y las visitas se cuentan con los dedos. El esforzado interés de unos pocos turistas y escolares, dice, le compensa la indiferencia de muchas corporaciones ferrolanas. Cuenta que más de una vez ha pensado en echar el cierre, pero el amor al bastón puede más que el cansancio.
El museo de Antonio ocupa la planta baja de la casa de El Clavel, un edificio con dos siglos de historia en la plaza del cruceiro de Canido, una de las barriadas con más solera de la ciudad. Era una antigua taberna que él compró en 1974 y la vieja barra del bar, donde se cuenta que un hombre mató a otro por un paquete de tabaco, le sirve para exhibir parte de sus piezas. Las ha ordenado primorosamente entorno a dos docenas de bastoneros que tiene repartidos por una gran habitación un tanto caótica donde las varas comparten protagonismos con una antigua radio de 1941, que todavía "enciende y sintoniza", viejas máquinas de coser, volantes y cuentakilómetros de vehículos históricos.
Hay bastones de todo tipo, en todas las gamas de color de la madera, con las empuñaduras y apliques más variados: alegorías animales con patos, caballos y delfines, o piezas coronadas con figuras de ajedrez y fichas dominó. La querencia por los bastones le viene de lejos pero la afición por tallarlos le llegó por casualidad cuando un amigo renqueante le pidió un bastón a medida para caminar. Desde entonces, Antonio los aprecia, los fabrica y también los usa, aunque no los necesita. "Lo llevo para presumir, no para que me haga más inútil", ríe. A menudo sale de paseo con su bastón y su nieto Marcos, que con tres años ya pasea su minibastón con garbo debajo del brazo.
Para ganarse el pan, Antonio ha remendado zapatos, ha sido marino, tapicero y ebanista. Desde 1957 y hasta que lo jubilaron, en 1995, fue el encargado del teatro Jofre de Ferrol. Arreglaba la calefacción, construía decorados, tapizaba las butacas y espiaba los espectáculos entre bambalinas. Por la parrillada de su casa de A Cabana, a pocos kilómetros del centro, cuenta que han desfilado artistas como Amparo Rivelles, Jaime de Mora y Aragón o Celia Gámez, que fueron, entre otras cosas, "a comer sardinas".
La fama de sus bastones recorrió el Reino Unido y tres coleccionistas ingleses desembarcaron en Ferrol hace unos meses, haciendo escala en su crucero, para comprarle casi cien bastones por barba. El artesano garantiza que sus varas "no tienen nudos y nunca se apolillan". "Les di un precio y me dijeron que les podía pedir el doble", cuenta Antonio, que no salía de su asombro con el chorreo de elogios entusiastas que le dispensaron los coleccionistas. Cuenta que a través de unos amigos afincados en Gales, le hizo llegar un bastón y una batuta de madera a la mismísima reina de Inglaterra, y guarda en un arcón de su casa "un pergamino precioso" que Isabel II le remitió hace años en agradecimiento.
Los amigos que conserva en Canadá e Inglaterra le envían fragmentos de maderas exóticas que combina con destreza en las piezas. "En un día dejé listos casi seis", presume Antonio, que rondando los ochenta y con el corazón remendado por una operación se mantiene muy activo para alejar la depresión que le sobrevino con la muerte de su esposa, hace año y medio.
Fabricarlos es su pasión. Calcula que el más barato puede rondar los 50 euros, aunque acostumbra a regalarlos y pocas veces los vende. "Una conocida me pidió uno y ahora tengo a todas las señoras de Canido detrás para que les haga no sé cuantos", bromea. Las piezas que están a la vista de todos los curiosos que asomen la nariz por la plaza del Cruceiro. Antonio ha colocado su número de teléfono en la ventana de El Clavel para abrir las puertas de su colorido museo a todos los interesados.